Sobre Hiparquia de Maronea
:filosofía: :historia:
La escuela de filosofía cínica es especialmente llamativa, con miembros tan pintorescos como Diógenes o Crates, que han sido grabados ya por siempre en el imaginario popular. Aún así, es fácil olvidar a aquella que, a mi juicio, realizó el más duro sacrificio en pos del estilo de vida del perro: Hiparquia de Maronea.
Amor de perros
Es normal (y común) conocer al Diógenes el perro. Sus anécdotas han trascendido la historia y se han convertido en leyendas de dudosa veracidad. También sus discípulos, los llamados cínicos, lograron hacerse nombres por sí mismos a pesar de la gran sombra que proyectaba sobre ellos su maestro. Esa sombra puede a veces provocar tinieblas que nos impidan ver a personajes menos conocidos, pero igualmente interesantes, como es el caso de Hiparquia, una de las primeras mujeres filósofas de la historia.
El cinismo es un estilo de vida muy difícil de llevar. Es sumamente complicado renunciar a la civilización y a la comodidad para pasar a vivir con la máxima frugalidad imaginable, cargado solo con unos trapos y un cuenco de agua a la Diógenes, cuenco al que él mismo renunció tras ver a un niño beber usando las manos para llevársela a la boca. Por eso es admirable que alguien sea tan devoto a esta escuela como lo fueron los alumnos del perro, siendo el más destacado de ellos Crates de Tebas, el filántropo. Pero lo que me trae hoy a escribir no es el propio Diógenes ni su destacado pupilo, sino una mujer comúnmente olvidada, Hiparquia, quien realizó una hazaña por amor que difícilmente podrá ser superada en los siglos venideros.
Como ya dije, es difícil vivir como un cínico, pero más difícil es vivir como un cínico por otra persona.
Hiparquia era la hermana de Metrocles, también cínico, quién quemó su propia obra y del que poco se sabe ya en nuestros días, a excepción de una anécdota involucrando un pedo en público y su relación de amistad con Crates. Por suerte, la vida de su hermana está mejor documentada que la suya.
Sabemos de ella que era de familia ni pobre ni rica y que tenía interés por la filosofía al igual que Metrocles. Cuando Hiparquia conoció a Crates, maestro de su hermano, se enamoró profundamente de él. El filósofo, como es natural, intentó convencerla de que desistiera en sus intentos para que la aceptase como su pareja (recordemos que Crates hablaba mal de las pasiones amorosas y consideraba que el estilo de vida del cínico no era apto para mujeres), pero no fue capaz. Cansado, Crates le propuso a Hiarquia que la aceptaría como mujer, pero ella debería pasar a vivir como una cínica para estar a su lado. La joven no dudó ni un segundo, se rasgó el vestido y pasó de la delicada vida femenina antigua a la ruda vida del cosmopolita sin techo, abandonando a su familia, sus posesiones, sus relaciones personales, su orgullo y su honor.
Recibió críticas por su forma de vestir y comportarse, así como por todos los sacrificios llevados a cabo. Si ya estaba mal visto que un hombre realizara lo que Diógenes Laercio llamó «actos de Dionisio y Deméter» en público, es difícil imaginar las críticas y violencia que Hiparquia tuvo que enfrentar. Pero su amor por el cinismo y por Crates, combinado con una dureza mental indiscutible, le permitieron persistir con sus costumbres hasta la muerte.
Poco se sabe de su vida tras esos sucesos, pues los registros de la época, ya escasos en origen, se han perdido a lo largo de los siglos. Sí se sabe que llegó a escribir tres libros Hipótesis filosóficas, Epiqueremas y Cuestiones a Teodoro llamado el Ateo, pero únicamente se conservan de ella pequeños textos como el siguiente:
Yo, Hiparquía, no seguí las costumbres del sexo
femenino, sino que con corazón varonil seguí
a los fuertes perros. No me gustó el manto sujeto
con la fíbula, ni el pie calzado y mi cinta se
olvidó del perfume. Voy descalza, con un bastón,
un vestido me cubre los miembros y tengo
la dura tierra en vez de un lecho. Soy dueña
de mi vida para saber tanto y más que las ménades para cazar.
Dicen que el amor todo lo puede, e Hiparquia nos muestra que esto ha de ser cierto, porque renunció por él a todas sus posesiones, materiales e inmateriales. Hiparquia pasó así a ser no solo una de las mujeres más rudas de la edad antigua, demostrando una capacidad de sacrificio insuperada por sus coetáneas, sino una de los mejores representantes de la escuela cínica y una de las primeras mujeres filósofas jamás registradas, autora en biografía de una historia de amor digna de novela.
Lecturas recomendadas
- Diógenes Laercio y C. García Gual, La secta del perro. Madrid: Alianza Editorial, 2019.