Culturismo y civilización
:economía:
Existen muchas formas de medir el nivel de civilización de una sociedad o individuo. Por ejemplo, desde el punto de vista físico, se puede utilizar la cantidad de energía que estos tienen a su disposición como un buen indicador de progreso, como ya hizo en su momento Kardashev [3]. Por su lado, desde el punto de vista económico, se puede emplear el tipo de interés, hijo de aquello que en praxeología se llama la preferencia temporal, para realizar la misma función. Ambas están, frente a la poca similitud de formulaciones, estrechamente relacionadas, aunque dejaré este tema para futuros post.
La preferencia temporal se refiere a la importancia que un individuo da al presente con respecto al futuro, es decir, cuánto más prefiere tener algo inmediatamente a tenerlo más adelante. Esta cantidad se materializa en economía a través del tipo de interés, que se puede interpretar de forma efectiva como el precio del tiempo, y por buen motivo, pues si una inversión conlleva un riesgo alto y, al mismo tiempo, su rentabilidad no supera el tipo de interés (o lo supera por un margen estrecho que no compensa el riesgo), difícilmente será llevada a cabo. Cuando el tipo de interés baja, inversiones que antes nunca se realizarían, como proyectos a muy largo plazo, comienzan a volverse viables y a ejecutarse, al abrirse la posibilidad de que en una ventana temporal amplia, esas inversiones superen en rentabilidad al tipo de interés acumulado en esa misma ventana.
Una civilización avanzada ha de tener, por necesidad, un tipo de interés naturalmente bajo [2], que le permite desarrollar grandes proyectos e investigaciones, así como disponer de una cadena de producción profunda y compleja, que aporte todos aquellos componentes necesarios para producir bienes de consumo. Es por eso que la preferencia temporal y su imagen real, el tipo de interés, sean inseparables del proceso civilizatorio, ya que si fueran lo suficientemente elevados, volveríamos a la prehistoria, donde la producción de bienes se limitaría a pequeñas hachas de madera y cestos de mimbre, y nuestro horizonte temporal abarcaría solo unos pocos días, que es el tiempo que podríamos asegurar nuestra supervivencia tras una caza o recolección, motivo por el cual los tipos de interés serían tan altos para comenzar.
Si se deja del lado el plano meramente económico y se amplía del concepto de preferencia temporal a todos los aspectos de la vida humana, se llega de forma lógica a que, cuando uno comienza a entrenar, a sacrificar el presente por el futuro, a cambiar las Oreos bañadas en chocolate blanco por una hora de carrera bajo la lluvia, está sufriendo un proceso de reducción de la misma. Su tipo de interés interior ha bajado hasta el punto en el que inversiones costosas a corto plazo, sufridas física y mentalmente, son realizadas a la espera de beneficios futuros, que en este caso se materializan en forma de una composición corporal más eficiente, eficaz y atractiva. Es por eso que resulta gracioso que algunos vean el trabajar el cuerpo como un acto egoísta, cuando es todo lo contrario, un proceso en el que la persona está sacrificándose por otra persona (su “yo” del futuro) mientras que, el que se queda en casa mirando historias de Instagram entre cigarrillo y cigarrillo comiendo pizza día sí y día también, está sacrificando a su “yo” futuro en el proceso inverso al anterior, lo que es verdaderamente egoísta, además de autodestructivo.
Esa reducción de la preferencia temporal del individuo no se da, por supuesto, solo en el gimnasio; se da también en aquellos que estudian para un examen pudiendo no hacerlo, que invierten su dinero en vez de gastarlo juegos para la PlayStation, que montan una empresa a pesar del riego que esto conlleva, que comienza una familia pudiendo disfrutar más tiempo de su juventud, que trabajan en un empleo duro y estresante para mantener a dicha familia, o en muchos más casos que no tendría sentido listar ahora, pero relacionados siempre con el sacrificio del hoy por el mañana, corriendo en todo momento un riesgo calculado. Una persona que solo coma comida rápida, que viva de ayudas sin trabajar (y sin buscar trabajo para solventar esa situación), que no dedique ni un minuto a cuidar el templo del alma que es el cuerpo y que ni se molesta en aprender cosas nuevas es difícilmente más que un animal, un “porco de pé” sin civilizar.
Y es que todas esas actividades, realizadas por el bien de uno mismo, progresan en mayor o menor medida la civilización, por aquello que Adam Smith describió como la “mano invisible” [1]. En vez de juzgar a los que ahorran su dinero como rácanos, a lo que entrenan como superficiales, a los que montan empresas como explotadores, a los que viajan en misiones de ayuda a países pobres como locos, etc. quizá deberíamos comenzar a apreciar el trabajo y esfuerzo que esa gente realiza y que, aunque sea de forma infinitesimal, mejorará también nuestras vidas, siendo yo el primero que ha de agradecerles su duro trabajo, porque sin gente así, hoy no tendríamos medicina, ciudades o comida en los supermercados.
No es cuestión de renunciar a la totalidad de los pequeños placeres, optando por una vida sufrida y sin color; pero sí de reducirlos y evitar que estos se entrometan en nuestros objetivos, impidiéndonos ser la mejor versión de nosotros mismos, aquella que es superior física, mental, moral, anímica y financieramente.
Rechaza el placer inmediato y abraza la verdadera felicidad, no nacida de picos fáciles y constantes de dopamina, sino de un proceso de abstinencia y sacrificio que te eleve y complete. Solo de esa forma te volverás más civilizado y contribuirás al desarrollo de la humanidad en su conjunto, como especie y como sociedad avanzada.
Bibliografía
[1] A. Smith y C. Rodríguez Braun, La riqueza de las naciones: (libros I-II-III y selección de los libros IV y V), 3ª ed., 9ª reimp. Madrid: Alianza Editorial, 2019.
[2] D. Howden y J. Kampe, «Time preference and the process of civilization», International Journal of Social Economics, vol. 43, n.º 4, pp. 382-399, abr. 2016, doi: 10.1108/IJSE-04-2014-0067.
[3] N. S. Kardashev, «Transmission of Information by Extraterrestrial Civilizations.», Astronomicheskii Zhurnal, vol. 41, p. 282, ene. 1964.